Llevo tiempo acompañando a los profesionales que realizan los cribados del Servicio de Longevidad con el dispositivo Speed-Age, tanto en Portugal como en España.
Y después de tantas valoraciones, tantas conversaciones y tantas historias escuchadas, hay algo que tengo muy claro: una cosa es la teoría y otra muy distinta es la realidad.
En los congresos y en los estudios todo suena perfecto. Se habla de programas de ejercicio físico, de alimentación equilibrada, de suplementación adecuada, y todo eso es cierto, está respaldado por la ciencia y es lo que debemos intentar.
Pero cuando estás en la práctica, frente a las personas, ves que muchas veces las cosas no son tan sencillas.
Hay mayores que apenas pueden caminar unos metros, que viven solos, que han perdido fuerza o que simplemente no tienen ganas.
Y no porque no quieran mejorar, sino porque su día a día está lleno de limitaciones físicas, emocionales o incluso económicas.
Entonces te das cuenta de que no basta con decir “tiene que hacer ejercicio” o “tiene que comer más proteína”.
La realidad es que hay que adaptar las recomendaciones a lo posible, no a lo ideal.
He visto a profesionales explicar con paciencia cómo hacer un ejercicio sencillo de levantarse de la silla o cómo fortalecer las piernas con una banda elástica.
Y también he visto a mayores emocionarse porque, después de unas semanas, vuelven a caminar más seguros o sin miedo a caerse.
Eso, para mí, es lo que realmente importa.
También me doy cuenta de que muchas de las recomendaciones científicas, por muy válidas que sean, necesitan seguimiento.
No vale con hacer el cribado una vez y ya está. Hay que acompañar a la persona, motivarla, recordarle por qué es importante moverse, alimentarse bien y cuidarse.
Y eso, aunque parezca pequeño, marca una gran diferencia.
Y luego está la parte “bonita”, la de la imagen y el marketing.
Todo eso que suena muy profesional y que incluso los propios sanitarios reclaman, porque quieren que su trabajo se vea completo, estructurado y técnico.
Y es normal, todos queremos que lo que hacemos se vea bien.
Pero a veces, en ese intento, nos alejamos de lo práctico.
Entregas una hoja con un montón de ejercicios impresos desde un programa, muy visual, muy completa, y sabes que cuando esa persona llegue a casa probablemente no se acordará de ninguno, o no sabrá hacerlo, o le parecerá demasiado y no hará nada.
Ahí es donde pienso que quizá lo ideal no es dar tanto, sino dar bien.
A lo mejor es mejor entregar solo uno o dos ejercicios, explicarlos bien y asegurarte de que la persona los entiende y los puede repetir sola.
Puede que eso no quede tan impresionante a nivel marketing, pero funciona mucho mejor en la vida real.
Y al final, lo importante no es lo que parezca bonito en una hoja, sino lo que realmente consigue que alguien mejore.
En la mayoría de los cribados en los que estoy presente, que casi siempre se realizan en farmacias, hay algo que se repite mucho.
Las personas suelen decir: “esto me lo tiene que decir el médico” o “esto debería hacerlo un geriatra”.
Y claro, sería ideal, pero muchas veces simplemente no hay geriatra o el médico no tiene formación en fragilidad ni sabe interpretar este tipo de informes.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Esperamos?
Por eso es tan importante que las farmacias estén asumiendo este papel activo, que se formen, que se impliquen y que trabajen en prevención.
Porque son quienes más cerca están de las personas mayores, quienes las ven a diario y quienes realmente pueden detectar a tiempo los primeros signos de fragilidad.
La ciencia es necesaria, sí, pero la experiencia del día a día enseña algo que los artículos no siempre reflejan: que cuidar a las personas mayores requiere tiempo, empatía y realismo.
Hay que bajar la ciencia al suelo, adaptarla a la vida real y convertirla en algo que la persona pueda hacer, no solo entender.
Y cuando eso ocurre, cuando un mayor vuelve y dice “ya me levanto solo de la silla” o “camino más rápido”, es cuando entiendes que este trabajo, aunque no sea fácil, realmente cambia vidas.
🖋️ Por Maru Santos

