PERDIDA DE VELOCIDAD DE MARCHA DESPUES DE UNA INTERVENCION
Cuando un paciente adulto mayor presenta una velocidad de marcha por debajo de 0,8 metros por segundo y, a pesar de intervenir con mejoras en la nutrición, actividad física y organización de la medicación, no se logra recuperar la velocidad de marcha, esto puede indicar varios factores subyacentes que requieren un enfoque más profundo. A continuación, se detallan algunas posibles razones y estrategias a seguir en estos casos:
1. Posible fragilidad avanzada o sarcopenia severa
– Fragilidad: La fragilidad es un estado de vulnerabilidad biológica que se caracteriza por la disminución de las reservas fisiológicas y una mayor susceptibilidad a los estresores. Si la velocidad de marcha no mejora a pesar de las intervenciones, es posible que el paciente esté en una etapa avanzada de fragilidad, donde las intervenciones habituales ya no son suficientes para revertir o detener el deterioro.
– Sarcopenia severa: La pérdida significativa de masa y fuerza muscular (sarcopenia) podría ser la causa principal de la velocidad de marcha lenta. En casos avanzados de sarcopenia, los músculos tienen un deterioro irreversible, lo que hace que la recuperación de la velocidad de marcha sea difícil, incluso con intervenciones nutricionales y ejercicios físicos.
Recomendaciones: Considerar evaluaciones más específicas para detectar la fragilidad avanzada o la sarcopenia utilizando herramientas como el Índice de Fragilidad o pruebas de fuerza muscular. Intervenciones más intensivas, como la fisioterapia especializada o el entrenamiento de fuerza progresivo, pueden ser necesarias.
2. Problemas subyacentes no diagnosticados
– Si las intervenciones no están funcionando, puede ser indicativo de que hay enfermedades subyacentes o condiciones que no han sido diagnosticadas o tratadas adecuadamente. Algunas de las causas comunes incluyen:
– Patologías cardíacas o pulmonares no diagnosticadas que limitan la capacidad funcional del paciente.
– Problemas neurológicos, como el deterioro cognitivo o la enfermedad de Parkinson, que afectan la marcha y la coordinación.
– Problemas ortopédicos, como osteoartritis avanzada o problemas en las articulaciones, que limitan la movilidad.
– Deterioro sensorial (como problemas visuales o auditivos) que afectan el equilibrio y la seguridad al caminar.
Recomendaciones: Es importante realizar una evaluación médica más exhaustiva, que puede incluir pruebas cardiológicas, neurológicas, ortopédicas o estudios de imagen (como resonancia magnética o ecografías), según los síntomas adicionales que presente el paciente.
3. Factores psicológicos o emocionales
– Depresión, ansiedad o miedo a caer son factores psicológicos que pueden influir en la marcha. El miedo a caerse puede llevar a una marcha más lenta, a menudo debido a una estrategia inconsciente para minimizar el riesgo. Los problemas emocionales también pueden afectar el cumplimiento de las recomendaciones sobre actividad física y alimentación.
Recomendaciones: Evaluar el estado emocional y psicológico del paciente. Si se detectan síntomas de ansiedad, depresión o miedo a caerse, puede ser necesario involucrar a un especialista en salud mental o realizar una intervención cognitivo-conductual para tratar estos problemas.
4. Inadecuada respuesta a las intervenciones
– Aunque se hayan hecho esfuerzos en mejorar la nutrición y aumentar la actividad física, puede que las intervenciones no hayan sido suficientemente específicas o intensivas. Por ejemplo, el ejercicio físico debe estar personalizado y basado en las necesidades y capacidades del paciente, enfocándose en ejercicios de resistencia y fuerza muscular que sean adecuados para mejorar la marcha.
Recomendaciones: Revisar si las intervenciones son las más adecuadas para el paciente. En algunos casos, es útil introducir ejercicios de resistencia progresiva y sesiones de fisioterapia especializadas en la marcha y el equilibrio. También es fundamental asegurarse de que el paciente esté cumpliendo con las recomendaciones de forma adecuada.
5. Impacto del envejecimiento natural y limitaciones funcionales
– En algunos pacientes, especialmente en los de edad muy avanzada, la capacidad de recuperación es limitada debido al proceso natural de envejecimiento. Las limitaciones biológicas y el desgaste de los sistemas musculoesquelético, cardiovascular y neurológico pueden impedir la recuperación completa de la velocidad de marcha, incluso con intervenciones adecuadas.
Recomendaciones: En estos casos, el objetivo puede cambiar de intentar restaurar completamente la velocidad de marcha a optimizar la calidad de vida y mantener la mayor independencia posible. Esto puede incluir el uso de dispositivos de asistencia (andadores o bastones) y adaptaciones del entorno para prevenir caídas y mejorar la movilidad dentro de las limitaciones del paciente.
6. Polifarmacia o medicación inadecuada
– Si la medicación del paciente ha sido ajustada, pero no se ha visto una mejora, puede ser que algunos fármacos continúen afectando la función motora o la capacidad de respuesta del cuerpo. La polifarmacia (uso de múltiples medicamentos) es común en adultos mayores y puede afectar la movilidad y la marcha.
Recomendaciones: Una revisión farmacológica con un especialista puede ser necesaria para asegurarse de que la medicación esté optimizada, evitando interacciones o efectos adversos que puedan estar afectando la velocidad de marcha.
7. Factores sociales o ambientales
– En algunos casos, factores sociales o ambientales pueden limitar la capacidad del paciente para seguir las recomendaciones, como la falta de apoyo social, barreras arquitectónicas en el hogar o falta de acceso a programas de rehabilitación física.
Recomendaciones: Abordar estos factores mediante la intervención de trabajadores sociales, modificando el entorno del hogar para mejorar la accesibilidad, o conectando al paciente con recursos comunitarios que faciliten la adherencia a los programas de ejercicio y nutrición.
En resumen:
Cuando un paciente mayor no mejora su velocidad de marcha a pesar de las intervenciones iniciales, es importante revisar el enfoque clínico y considerar una evaluación más profunda que contemple problemas subyacentes no detectados, intervenciones más específicas o intensivas, o incluso un ajuste en las expectativas de recuperación, adaptando el tratamiento para mejorar la calidad de vida y la funcionalidad del paciente dentro de sus limitaciones.
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